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LAS PALABRAS QUE TODAVÍA NOS FALTAN: EL INCREÍBLE CASO DE SAMUEL BURKART

  • Foto del escritor: Gabriel Zh
    Gabriel Zh
  • 9 oct 2020
  • 3 Min. de lectura

La vida de los seres humanos funciona como un relato, porque antes que ser un animal social, el hombre es un animal narrativo: un ser que necesita desesperadamente de escuchar y contar historias para expresar su inconformidad con su plano existencial y en ese mismo plano trascenderse. La vida del hombre es un deseo insatisfecho y aquel, deseando más de lo que puede, está obligado a lanzarse por el mundo: recorrerlo y ponerlo a su medida. En ese sentido, no es necio afirmar que la literatura es una prolongación de nuestra existencia. En La verdad de las mentiras, Vargas Llosa escribe: “A veces sutil, a veces brutal, la ficción traiciona la vida, encapsulándola en una trama de palabras que la reducen de escala y la ponen al alcance del lector. Éste puede así, juzgarla, entenderla, y, sobre todo, vivirla con una impunidad que la vida verdadera no consciente”.


En una de las mejores crónicas del periodismo latinoamericano: Caracas sin agua, García Márquez narra una Caracas casi distópica, devastada por la escasez de agua a través de la perspectiva del ingeniero alemán, Samuel Burkart, quien en sus recorridos por entre los cadáveres agostados de las ratas y los niños sedientos, le es imposible dejar de afeitarse con agua mineral, y no por un ciego egoísmo, sino como una forma más bien discreta para mantener su humanidad en medio de la crisis. Samuel Burkart, en determinado momento, se ve obligado a comprar jugo de duraznos para no faltar a la costumbre de la afeitada diaria. Sin embargo, ¿por qué cito una crónica cuando hablo de ficción?, pues porque resulta que Gabo llegó a admitir que Samuel Burkart no existió, o mejor: lo inventó. Por eso, la pregunta correcta sería si acaso Gabo no le faltó la palabra al periodismo que, se supone, no puede inventarse la verdad, solo recorrerla a la largo de su intrincado diámetro, porque la no ficción se alimenta de experiencias humanas que intenta devolverlas tal como ocurrieron sin alterar nada, pero, el lenguaje y sus símbolos al estar obligados a capturar la totalidad de la vida, la tergiversan o la mejoran, no importa si es una crónica o una novela. Y es específicamente ese aspecto: el ansia de totalidad que envuelve la fe a lo imposible, lo que caracteriza a los seres humanos y los arroja casi desprotegidos a recorrer el mundo para mejorarlo o destruirlo: la no ficción simplemente quiere dejar una suerte de testimonio de aquello, de las grandezas y los pozos de miseria de la humanidad, o sería mejor decir: no testimonio, sino las palabras que nadie pudo encontrar cuando llegue el día en que todo termine. Las palabras que todavía nos faltan.


Y bueno, la respuesta a la pregunta ya planteada de si es posible alterar ciertos aspectos de los personajes o de las situaciones para no arriesgar gravemente la realidad de la no ficción, está en el siguiente diálogo entre los cronistas colombianos, Alberto Salcedo Ramos y Germán Santamaría:


Alberto Salcedo Ramos: Uno de los personajes más creíbles e impactantes de nuestro periodismo ha sido Samuel Burkart, el alemán que se afeitaba con soda en el célebre reportaje “Caracas sin agua”. Parece que García Márquez admitió en Cartagena que Burkart fue producto de su imaginación.


Germán Santamaría: Yo publiqué en El Tiempo la historia de una sequía que hubo en Tunja. Uno de los datos que causó más revuelo fue el de un sacerdote que se afeitaba con agua mineral. Llovieron cartas rabiosas por todas partes. Me acusaron de haber plagiado a García Márquez. Ahora vemos de nuevo cómo la realidad a veces copia a la literatura. Aunque, pensándolo bien, aquí nadie ha echado mentiras. El Samuel Burkart de Gabo si existió, ¡porque yo lo encontré en Tunja!


Link a "Caracas sin agua"




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