EL LUGAR DONDE SE JUNTAN LOS POLOS. JUAN MARTÍN CUEVA Y LA PATRIA DE LOS SERES INACABADOS
¿Dónde comienza una historia? ¿Cuál es el posible comienzo? ¿Y por qué? La Historia con mayúscula de Occidente, lo sabemos, comienza en el Gólgota cuando Cristo expira abandonado por su padre a la sombra de una cruz. En pocas palabras, el comienzo de nuestra Historia es una ficción. Y muchos la creen hasta hoy. Por desgracia, el pacto que hizo Constantino y la Iglesia Católica con el mundo es el más eficaz de todos los tiempos. En la obra maestra de Roberto Bolaño un hombre le dice al escritor Benno von Archiboldi: “Jesús es la obra maestra. Los ladrones son las obras menores. ¿Por qué están allí? No para realzar la crucifixión, como algunas almas cándidas creen, sino para ocultarla”. La frase apuesta por el arte como un proceso de ocultamiento en el cual solamente la antropofagia de la materia que nos compone (experiencias personales y dolor y goce y capacidad de autosacrificio porque un artista debe concebir lo que hace como la única manera posible de vivir) puede revelar una obra necesaria, no tanto para el mundo como para nosotros. En la medida en que nuestra obra hable de nosotros usurpa el universo.
Y pienso en una respuesta que no responde nada: una historia comienza de repente y acaba cuando tiene. No importa ni el dónde, ni el cuál, ni el qué, importa la sensación producida en nosotros como espectadores, como lectores, como inconformes animales narrativos: la realidad son los sentimientos. Importa cuánta insatisfacción deja en el artista. Un libro, decía Javier Vásconez, es la mejor manera de fracasar. Una película también. Nos deja esperando la que sigue. La necesaria. Y siempre llega y nos conmueve, pero son tantas las películas necesarias y de repente suceden.
En fin, el cineasta ecuatoriano Juan Martín Cueva me dijo en una entrevista por Facebook Live que “el documental con respecto a la ficción te da mucha más libertad, te permite abrirte y permear el material del que estás hablando, del que te da la realidad. Y yo creo que la ficción demasiado convencional no te permite eso… A mí me gusta el cine, ficción o documental, que deja entrar un poco de la vida a la película”. Y entonces la pregunta se responde sola: el cine no es una actividad platónica que nos ofrece desvergonzadamente la “otra realidad”, sino la única imagen donde caben todas las imágenes, la imagen que de pronto nos confirma como seres inacabados, perfectibles, inconformes, y por eso el cine y tanto más. La imagen oculta amplificando la realidad en sí misma; el espectador la revela interpretando el mundo del autor hecho a su imagen y semejanza. Y entonces en una sala oscura o frente a la pantalla de la computadora nos entendemos imaginándonos, dialogamos. El relato de Cristo es la supresión de la otra realidad (no aquella platónica sino anterior y diversa, sin comillas), el cine la rescata. El cine no es la obra maestra, lo es la insignificancia del hombre eternizada en el presente. El cine busca la imagen, no la que contenga la Historia, sino la historia, las historias. El cine no son los cráteres sino los tiempos muertos que a su vez transmiten la esencia de la vida. El cine, robándonos una frase de Onetti, nos completa como individuos al tiempo que completa una realidad y la resignifica, le da un sentido.
Hace casi veinte años, Juan Martín Cueva salía de la escuela de cine en Bélgica, no tenía especial predilección por el documental autobiográfico, aquel compuesto de relatos autorreferenciales, en el cual nuestro “yo” es enunciación y enunciado y, sin embargo, ocurrió. Fue un precursor. En el 2001 se estrenaba El lugar donde se juntan los polos, un documental que conjugaba la autobiografía y la correspondencia visual con un ensayo político sobre los procesos revolucionarios latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo XX. El primer esbozo de la idea apareció cuando Juan Martín conoció a su ex mujer, en realidad, al suegro de su ex mujer, Víctor, un chileno que como tantos latinoamericanos de aquel entonces había buscado la revolución, y había acabado por ver cómo unos cazabombarderos Hawker Hunter disparaban sus cohetes contra el Palacio de la Moneda.
Juan Martín Cueva era hijo de un diplomático que se había visto obligado a quedarse en París con su familia tras su renuncia, debido a la Masacre de Aztra ocurrida durante los últimos años de la dictadura militar del Ecuador. Y por supuesto, Juan Martín Cueva se había vuelto un militante de izquierda y un exiliado. Años después llegaría a ser Viceministro de Cultura y Patrimonio del gobierno de Rafael Correa.
En cualquier caso, el primer nombre del documental fue Carta al Joaquín, un texto escrito de un tirón, dedicado a su hijo. Pero en seguida vendría la segunda, Amalia, y moriría Víctor con un cáncer fulminante. Y un día ya no tenía sentido ese nombre y otro, esto lo sabemos mirando el documental, mientras Juan Martín Cueva, su esposa y su hijo paseaban por el parque, dos niños se les acercaron a preguntarles que idioma hablaban. “Español”, les contestaron. “¿Ustedes son españoles?”, volvieron a preguntar. “No, venimos del Ecuador”. Uno de los niños dijo: “Ecuador no es un país”. “Claro que sí”, lo contrarió el otro, “es el lugar donde se juntan los polos”.
Juan Martín fue a Nicaragua en 1999, para obtener un material de investigación necesario para la entrevista propiamente dicha con Víctor, de modo que las tomas de este primer encuentro no estaban bien filmadas, bien encuadradas. No ocurrió. Juan Martín creyó que la muerte de su personaje le acababa de truncar el proyecto. Sin embargo, todo documental es una puesta en escena. Vargas Llosa nos recuerda que el lenguaje siempre traiciona la experiencia vivida. “Desde el primer instante que tú pones la cámara frente a cualquier cosa estás ficcionando la realidad”, dice Juan Martín muchos años después. De alguna manera, en el documental autobiográfico la vida transmitida es fidedigna (no ficción), en tanto, el contexto al que esa subjetividad es lanzada está sumido a los procesos políticos, económicos y sociales de su tiempo, o sea que para transmitirlo es necesario utilizar la ficción, de modo que es ficción en la medida en que utiliza recursos de ésta para producir un efecto de verosimilitud. Además, la muerte de Víctor nos deja otra lección: la imagen no es una realidad recortada, es un espacio colmado de experiencias humanas. El montajista Álex Rodríguez le dijo a Juan Martín que mientras haya algo que decir la imagen técnicamente deficiente no importa. De ahí ese fragmento del poema Las causas de Borges que al mismo tiempo nos remite al espacio simultáneo de El Aleph, uno que como la imagen cinematográfica sólo puede ser colmado por la presencia humana: La frescura del agua en la garganta / de Adán. El ordenado Paraíso. / El ojo descifrando la tiniebla. / El amor de los lobos en el alba. / La palabra. El hexámetro. El espejo… / El peso de la espada en la balanza… / El mar abierto. La brújula incesante. / Los rastros de las grandes migraciones. / El eco del reloj en la memoria… / Las formas de la nube en el desierto. / Cada arabesco del caleidoscopio. / Cada remordimiento y cada lágrima. / Se precisaron todas estas cosas / para que nuestras manos se encontraran.
El cineasta sabe hacer del material su material, y en este poema de Borges no sólo se han suprimido ciertos versos, sino que el verso Los rastros de las grandes migraciones ha sido descolocado de su posición original (escrito versos antes de El mar abierto. La brújula incesante en el poema original) y colocado en el medio para hacer que esta versión, la de Juan Martín Cueva, y que su ex mujer pronuncia, dure lo suficiente según la necesidad de la imagen cinematográfica. Incluso, la palabra largas ha sido sustituida por grandes dándole la eufonía adecuada (grandilocuente) a una versión más corta y distinta del poema mucho más largo de Borges, en el cual largas es la palabra adecuada que encierra en sí todo el poema, del mismo modo que el poema encierra a cada palabra y cada espacio. ¿Proceso consciente o inconsciente? Es lo de menos. Es el mismo ejercicio que Borges realizó en Pierre Menard, autor del Quijote, pues Juan Martín Cueva como el personaje del cuento no compone otra obra por medio de la palabra, compone la misma, pero a través de un lenguaje distinto que lo renueva al fundir palabra, sonido e imagen. Una muestra de que el cine tiene sus propios códigos y al mismo tiempo es una patria universal, una cantera de experiencias. Acaso Godard no nos ha enseñado que el cineasta es un saqueador de la música, la pintura, la escultura, la danza, la literatura, el cómic y el cine mismo.
Juan Martín trabaja sobre los tiempos simultáneos que en el cine sólo pueden confluir en el presente. Por eso, Jacques Ranciere dice que el cine mismo carece de memoria, porque cómo es posible que tenga memoria si carece de pasado y de futuro, si a la larga las ilusiones de ambos tiempos son un perpetuo ahora cuando estamos frente a la pantalla. La memoria la configuramos nosotros; la memoria también es una ficción. La simultaneidad del devenir histórico de un continente, en El lugar en donde se juntan los polos, se filtra a través de la voz en off de Juan Martín Cueva, y una vez lanzada a los procesos políticos revolucionarios latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX, la voz en off los testimonia por medio de temporalidades diversas de países como Ecuador, Chile, Cuba, Nicaragua que comparten un destino común guiado por la búsqueda de libertad, igualdad y justicia. La historia conformada sustancialmente por el pasado ha sido rescatada desde el presente. La imagen, entonces, es por fin ilusión de futuro.
En la ficción o en el documental, la materia autobiográfica es la puerta de entrada a la búsqueda posible de una película ideal que nos contenga. A la larga, el artista termina siendo uno solo con su obra. Quiero decir que cada pasaje de una obra se vuelve un pliegue del alma del artista y del lugar al que pertenece. Por ejemplo, el médico legista Arturo Fernández de Cuando me toque a mí es parte de Víctor Arregui, como Ángel de Ratas, ratones, ratones lo es de Sebastián Cordero; como la voz en off de El lugar donde se juntan los polos es la nuestra; como los tres personajes son parte del imaginario colectivo de nuestro país. El cine vuelve existente lo inexistente. Rescata lo perdido.
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