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BREVES APUNTES SOBRE EL PODER, LA SOLEDAD Y LA RISA EN EL CINE DE LEÓN FELIPE TROYA


Fotograma de Mi Tía Toty


La obra del cineasta quiteño León Felipe Troya es de las pocas, sino la única en el país, que usa el humor -algunas veces negrísimo- como una forma de desvestir el poder que nosotros, como sociedad, vestimos, objetivamos, permitiéndole esa normalidad, ese estatus quo del que luego queremos deshacernos. León Felipe dice que “a toda la gente le gusta el poder. Eso lo he marcado en mis películas. La gente se muere por el poder o tiene una relación de sumisión, de ansias de poder, de ejercer poder. Y muchas hacen lo que sea con tal de estar en el poder, cuando el poder es una herramienta que tenemos para conducir nuestras sociedades, pero, el poder no es un fin, es una herramienta”.

En su primer cortometraje Take It!, el universo del cineasta se configura en torno a un joven paciente de un hospital que se recupera en un cuarto viejo que parece haber sobrevivido a una guerra o a un tiempo exageradamente dilatado. Este joven que se divierte gastándole bromas pesadas a los demás enfermos, funge como una suerte de figura autoritaria y decadente -quizá, todo poder malsano es decadente- que a su vez rinde culto a una tevé dejada por su madre al pie de su cama para pasar el rato. Los otros personajes tienen a alguien querido, un ser de verdad a su lado: un perro, una familia, otra enferma del mismo cuarto. El protagonista, en cambio, construye apego hacia una rubia preciosa de un comercial casi casi subliminal que come algo que parece un dulce, y disfruta y siente un placer que quien lo atestigua, o sea el protagonista, no puede. Tiene que aislarse de los demás porque ese escaso placer que puede sentir es egoísta y privativo, por lo cual se esconde debajo de las sábanas para mirar y perderse en la rubia del comercial, comercial que también constituye aquel poder ejercido sobre los otros. Pero, alrededor ya conspiran. El poder en Take It! se juega en un objeto deseado: la tevé, y a través de esta todo es utilitario, un medio, nada le es humano. Finalmente, la figura autoritaria es burlada por medio de una astucia. De ese modo, León Felipe nos muestra que, si el poder no transmite temor ni respeto, sino apenas una larga carcajada solo puede exhibir una de las peores formas de la soledad: la fragilidad humana que únicamente causa autocompasión.


Fotograma de Take It!


En Choclotanda, su segundo cortometraje, sucede algo semejante, pero aquí la desnudez del poder permite el empoderamiento femenino. A Romualdo Pérez, alcalde de Manchuria, la vieja, una mesera le sirve un choclo hervido en su mesa, a mitad de una fiesta en honor del funcionario. En seguida, una activista social se sienta a su lado, le habla sobre la extracción minera, sobre el machismo. Romualdo le mira las piernas, quiere morder el choclo, pero no puede por los aplausos de tanta gente. Luego, en el escenario, aparece una cantante de tecnocumbia que de inmediato se molesta con la activista por fastidiar al alcalde, por no dejarle escuchar su canción en paz, y de pronto sucede: primero un largo silencio, después una risa multitudinaria encabezada por las dos mujeres que parece han establecido una implícita tregua. El último plano nos muestra al alcalde desenfocado, el ángulo cerca del contrapicado, la dentadura demasiado visible mordiendo el choclo.

Las mujeres en la obra de León Felipe, no solo abren cada una de sus cintas, mientras se desplazan definitivas, solapadamente sospechosas, sino que mueven los hilos de la historia, así como la fatalidad de la figura autoritaria.


El final de un poderoso es una vergüenza para ese, de pronto, ex poderoso, porque la vergüenza es la burla de los demás ante su debilidad, ante lo que hizo mal y lo convirtió en uno más, en menos que uno más. Y no hay culpa, porque la culpa, tal como afirma Martín Caparrós, es individual, mucho más cercana al concepto de pecado derivado de la creencia en un ser divino. Por eso, en el ex poderoso no hay culpa, debido a que el poder mismo lo absolvió de esta. A lo mejor, eso explique el humor en la obra de León Felipe, aunque solo en sus cortometrajes.


Fotograma de Choclotanda


En cambio, en su primer largometraje documental Mi tía Toty, las obsesiones se mantienen, pero alrededor de circunstancias distintas. El documental cuenta la historia de la tía de León Felipe, la actriz María Rosa “Toty” Rodríguez, su paso por la pantalla grande francesa, su actividad en la izquierda, sus romances, sus miedos, facetas todas que confluyen en el enfrentamiento de una mujer con su pasado para evitar que se le escurra entre los dedos. En Mi tía Toty, el poder se juega ya no en un objeto deseado, sino en una vida deseada, ideal incluso, dedicada a contrariar el estatus quo. Es decir, la autoridad ha dejado de encarnarse en un individuo concreto y ha pasado a contaminar todo un sistema, una época. En Mi tía Toty, el humor ya no tiene como finalidad la vergüenza, la larga carcajada colectiva que burla y compadece es, por el contrario, la sonrisa discreta que nos permite no sucumbir entre la fatalidad cotidiana. Toty lo dice claramente: “Una de las manifestaciones de mi depresión es enfrentar la vida”. La culpa misma, de ese modo, no es tampoco una reacción al pecado, sino a la vejez que a medida que avanza el documental se convierte en el daño colateral en Toty por haber hecho siempre lo que quiso, por no haberse atado jamás a nadie. Ese triunfo, más bien discreto, es al parecer la causa de su soledad, de su depresión, de ese círculo vicioso de sufrir y reponerse y sufrir y reponerse cada tanto. En síntesis: la vida.


La soledad igual es preguntarse si valió la pena, si todo valió la pena, sino hubiera sido mejor si. La soledad de Toty es también, como la de cualquiera de nosotros, el pasado, y no tanto por los recuerdos de una juventud cerca del delirio y las zancadas de minifalda cuando fue actriz y modelo, es el hecho de que como el tiempo no puede dar marcha atrás, somos nosotros quienes volvemos. A Toty esto por poco la paraliza cuando debe volver a los espacios ahora vacíos, distintos, pero tan iguales en lo poco que ha permanecido en ellos. “La angustia existencial de un documentalista de autor es que no se pierda la memoria”, dice León Felipe al respecto.


Fotograma de Mi Tía Toty


Por otro lado, la depresión no prevista de Toty en el tratamiento final del guion, funciona como hilo conductor de la multiplicidad del personaje: actriz, modelo, militante de izquierda, amante y cuantas más. León Felipe presenta a su tía al inicio del documental, como a sus otros personajes femeninos, pero con un plano general en cámara en mano, con una maleta que arrastra solitaria hasta la puerta para conducir su carrito viejo que la lleva a los ensayos de una de sus obras de teatro. Toty se encuentra así en un medio bastante mundano, corriente. Hasta que su depresión la desaparece de cuadro y por la voz en off de León Felipe conocemos sus otros rostros. La fragilidad en Mi tía Toty no es la secuela de una larga carcajada ni de la autocompasión, es un estado transitorio que posibilita la madurez. La fragilidad, entonces, se traduce en voluntad. Y ya para el final no sabemos si la Toty que acabamos de ver es la verdadera Toty o apenas una de sus múltiples caras. Todo lo visible, lo excesivamente visible, oculta tanto.



Cortometraje Take It!


https://vimeo.com/54784817



Cortometraje Choclotanda


https://vimeo.com/54784817



Trailer Mi Tía Toty


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