La muerte y la luna. Presagios en tres textos latinoamericanos.

Pintura de la serie Ranchos y Lunas, de José Cuneo Perinetti

El gesto pudo pasar desapercibido, irreconocible, pero con atención es fácil ubicarlo, seguirle la pista. Y es que no son pocos los casos donde la luna aparece, donde se anuncia, como la mensajera de la fatalidad. O más bien es utilizada para enviar un mensaje al lector, ponerlo en guardia frente a aquello que, parece, no demorará en llegar. Juan-Eduardo Cirlot (1992) en su libro sobre los símbolos rescata una cita de Mircea Eliade donde señas más señas menos define a la luna como “país de los muertos, (…) receptáculo regenerador de las almas” (p. 286).

Esta acepción parece haber sido rescatada para ubicarla en diálogo en diferentes textos que citaremos a continuación. El primero es un fragmento de la novela El arma en el hombre (2001), de Horacio Castellanos Moya. Robocop, memorable personaje principal, se ve enfrentado a las consecuencias de sus actos, asesinatos cometidos contra algunos dirigentes de izquierda y políticos en algunos países centroamericanos, frente a lo cual lo mejor es desaparecerlo por lo mucho que ha hecho y lo mucho que sabe. Así, el coronel Castillo, su jefe actual, lo invita a un aeropuerto para que tome un vuelo con otro de sus subordinados fuera del país, pero con la verdadera intención de asesinarlo. Así, mientras Robocop viaja con Saúl, su colega, hacia el punto de encuentro, éste anuncia: “«Vas a volar con luna llena», me dijo Saúl y señaló la lunota puesta hacia el lado del mar” (p. 70).

El anuncio de la luna actúa entonces como una premonición, cuando efectivamente Robocop se embarca en la nave y vuela hacia su supuesto destino con el piloto encargado de asesinarlo, pero Robocop se da cuenta de las verdaderas intenciones y termina matando a quien debía ser su perpetrador. Invocar a la luna, queda claro, anuncia en este escenario una fatalidad. Lo mismo sucede en la novela de Roberto Bolaño, 2666 (2004), donde, poco después de invocar el pasaje que citaremos a continuación, Ingeborg, novia de Hans Reiter, a.k.a. Archimboldi, fallece:

“Esa noche, después de hacer el amor, Ingeborg salió de la aldea y tomó el camino de la montaña. La nieve parecía refractar la luz de la luna llena. No había viento y el frío era soportable, aunque Ingeborg llevaba su jersey más grueso y una chaqueta y botas y un gorro de lana. […]” (p. 1038).

Después de este episodio, tras una enfermedad y la decisión de un último viaje junto a Archimboldi, Ingeborg morirá, cumpliendo con la anticipación y ese gesto de muerte en el que se va tornando la invocación de la luna. El último caso paradigmático lo tenemos de Los diarios del Che en Bolivia, de Che Guevara (1968). Escribirá el 7 de octubre: “Somos diecisiete bajo una luna muy pequeña y la marcha ha sido peligrosa. Dejamos numerosas huellas” (p. 92). Sin duda, de los textos antes citados, el que mejor enlaza el gesto fatídico y lo vuelve leyenda de la fatalidad es el del Che, puesto que la historia se encargó de cumplir con el signo fatal de aquella invocación lunar que hizo en su diario. Es mito lo que sucedió después, atrapado y asesinado en Bolivia.

Existen muchas acepciones, pero cuando se trata de mercenarios y matones, de mujeres enloquecidas y afiebradas, de guerrilleros en las selvas bolivianas, la luna ha funcionado como una marca de muerte para quienes la invocan, tanto para sí mismos como para quienes tienen cerca. Así, invocarla sirve para anunciar la muerte que vendrá, la muerte que se ubica en el futuro y lanza sus signos para que quienes, con atención, puedan descifrarla, quizá tan solo para despedirse y dar paso a lo inevitable.

Referencias bibliográficas

Bolaño, R. (2004). 2666. Barcelona: Anagrama.

Castellanos Moya, H. (2001). El arma en el hombre. Barcelona: Tusquets.

Guevara, E. Ch. (1968). Diario del Che en Bolivia. Santiago de Chile: Punto Final.

Cirlot, J. E. (1992). Diccionario de símbolos. España: Editorial Labor, S. A.