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CON MI CORAZÓN EN YAMBO: RECORDAR EL FUTURO E IMAGINAR EL PASADO



Y un día la pregunta no será que ocurrió porque ya todos sabremos; un día la pregunta será cuándo fue la primera vez que oímos de ellos, cuándo nos dolimos de ellos. A mí me lo dijo mi madre, tendría unos seis años, su tristemente célebre esténcil salía en televisión: “A esos chicos les desaparecieron y eso no se olvida. Nunca.” Como si esos hijos fueron los suyos, como si en esas sonrisas se cifrara la herida. Por supuesto, esos chicos eran los hermanos Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo, tenían 17 y 14 años respectivamente. El uno cursaba su primer año de medicina, al otro tan mimado le decían Nené. Y un día mientras estaban en su Chevrolet trooper color almendra los agarraron, porque no tenían licencia, porque eran tan colombianos, y los agentes del Servicio de Investigación Criminal (SIC), un aparato paramilitar de ese entonces, los torturaron y los mataron en su cuartel de Quito y los lanzaron a la laguna de Yambo metidos como sea en fundas de basura. Y un día, cuando la madre y el padre se enteraron descubrieron que de la familia apenas quedaban las llagas.

Fue cuando ni siquiera existía la pregunta.

Eran los años duros, los años peores, cuando el Ingeniero León Febres-Cordero era la muerte. Ya en su campaña presidencial andaba con una veintena de hombres armados que mataron unos tantos. Una vez en el gobierno fueron cientos con apoyo del gobernador del Guayas Jaime Nebot y de la policía y los militares y la banda de Jaime Toral Zalamea y el SIC y más paramilitares que además de torturar y matar a los que se les cruzaban en el camino llegaron a incendiar cultivos y destruir casas y hacerles morder con los perros a los campesinos y a los hijos que reclamaban tierras que por derecho les pertenecían. Los Restrepo serían tan sólo un número más, una cifra cerrada, pero en un desaparecido habitan todos, cuando la extraviada memoria individual se convierte en la memoria colectiva recobrada.


El reclamo por esa memoria colectiva tiene una estrecha relación con la justicia entendida como un conjunto de leyes que permiten la convivencia social y la vida, mas no como un concepto abstracto que malentendido por un estado represor y corrupto que entonces hace suyo hasta las últimas consecuencias el monopolio de la violencia para suprimir supuestamente el caos, transforma todas las consignas en impunidad y olvido.


Familia Restrepo Arismendi



Y María Fernanda Restrepo, en su documental Con mi corazón en Yambo, lo combate desesperadamente. El Ecuador, lo sabemos, es un país en el cual los viejos tiempos son siempre el paisaje del presente, aunque debajo de las capas de tanto olvido generalmente hay un grito, uno como el de don Pedro Restrepo, el padre de los hermanos que desde 1989 va a la Plaza de la Independencia frente al Palacio de Carondelet a buscar una verdad que convierte inmediatamente el presente en pasado, una verdad que no ha estado jamás ubicada en el presente. Pedro Restrepo ha luchado por más de treinta años para que el significado del ayer no sea la dimensión con la que midamos la futura madrugada, sino las luchas de cada día. “Las únicas luchas que se pierden son las que se abandonan”, dice en el documental. María Fernanda, por su parte, reclama su derecho para no olvidar. Carlos Fuentes decía que la mejor manera de burlar las controversias políticas, las rutinarias estadísticas y la neutralidad factual hay que “recordar el futuro” e “imaginar el pasado”, ese “es un modo de decir que, ya que el pasado es irreversible y el futuro incierto, los hombres y las mujeres se quedan sólo con el escenario del ahora si quieren representar el pasado y el futuro.


Y un día entonces no será más lo que les pasó a los Restrepo, será lo que nos pasó, lo que me pasó.


Y ese dolor morirá conmigo y habitará entre nosotros.


Trailer


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