LA MUERTE Y LA DONCELLA: el poder y la sumisión
Uno de los Siete Sabios de Grecia decía: “Si queréis conocer a un hombre, revestidle de gran poder.” Y el director que se sabe virtuoso lo demuestra con grandeza. Roman Polanski dirigió en 1994, “La muerte y la doncella”, largometraje basada en la célebre obra teatral del escritor chileno Ariel Dorfman.
En un país ficticio de Latinoamérica, en medio de la apremiante transición hacia la democracia luego de una feroz dictadura militar, Paulina (Sigourney Weaver) vive su día a día, asediada por los dolorosos recuerdos de su pasado revolucionario, en su casita de playa, junto a su esposo Gerardo (Stuart Wilson), quien está encargado de presidir la Comisión Investigadora que deberá poner tras las rejas a los autores de los hórridos episodios del régimen tiránico. Sin embargo, una noche la calma se torna en desesperación, culpa y venganza, cuando Gerardo regresa a casa acompañado del doctor Miranda (Ben Kingsley) –un extraño pusilánime de sonrisa hipócrita-, en el cual Paulina asegura reconocer a su verdugo de hace quince años. Según dice por su voz, por su olor a fermento, por sus frasecitas típicas, por sus constantes citas de Nietzsche, y en especial por su incondicional devoción a la pieza La muerte y la doncella de Schubert.
Para Aarón Rodríguez: “el verdadero drama representado en La muerte y la doncella es la imposibilidad de devolver explícitamente el mal recibido.” Y esto es casi un axioma, pues el papel de Paulina que durante la dictadura fue el del humillado, el del derrotado, el de la víctima, pasa a ser –en el flamante gobierno democrático- el del victimario. Ahora es ella la que puede imponer sus dictámenes totalitarios para indagar por la sinuosa senda de la verdad, y así obtener la confesión que por tantos años ha ansiado arrancarle a su supuesto torturador. Aunque, la balanza de la justicia es sostenida por el imparcial y asustadizo Gerardo, que busca evitar mayores desmanes tratando de disuadir a su esposa. ¿Y si se equivocó? ¿Y si este tipo no es quién ella cree qué es?
En cuanto a la iluminación, esta constituye el fulgor eterno, el faro incólume con que la humanidad trata de iluminar el claroscuro de sí misma, de seres, al fin y al cabo, ajenos a todo análisis, ya que podemos darnos cuenta, plenamente, que siempre se mantiene potente, alumbrando la mayor parte de los espacios en que transcurre la cinta, incluso cuando el servicio de electricidad es cortado a causa de la tormenta.
Cabe aclarar algo de suma importancia, el largometraje transcurre en tres espacios cerrados: el teatro, donde la pareja abre la película escuchando la inolvidable pieza de Schubert; la casa de playa, en la que somos testigos del brutal interrogatorio; y un tercer lugar definido por Aarón Rodríguez como la sala de las torturas. Aquel lugar envuelto en penumbras eternas, mientras el verdugo se desviste parsimonioso, desabrochándose el pantalón que se desliza por sus piernas, y luego echa a andar, emocionado, cuando por fin escucha la hebilla de su cinturón arrastrase en el suelo y las súplicas entrecortadas de su víctima indefensa hacerse una con el sonido hueco de las monedas tintineando en sus bolsillos.
Pero “La muerte y la doncella” va más allá del mero recorrido a través de la patria mancillada que la dictadura manchó con la sangre indómita de un pueblo que siempre se negó a ser doblegado. Es la permanente reflexión sobre el poder absoluto que en manos de los hombres solo puede llevar al corrompimiento absoluto. Porque, de alguna manera el tratar de poseer entera a Paulina fue también corromperla.
Ficha técnica
Título original: Death and the Maiden
Año: 1994
Duración: 103 min.
País: Reino Unido
Director: Roman Polanski
Guion: Ariel Dorfman, Rafael Yglesias
Música: Wojciech Kilar
Fotografía: Tonino Delli Colli
Reparto: Sigourney Weaver, Ben Kingsley, Stuart Wilson
Productora: Coproducción Reino Unido-Francia; Capitol Films / Flach Film / Canal+ / TF1 Films Production